Skip to main content

Homilía para la Eucaristía del domingo 11 de septiembre de 2022.

DOMINGO XXIV DEL AÑO. 

Éxodo 32,7-11.13-14: Relato en tres tiempos: 1° Proceso del Señor contra su Pueblo que fue infiel. 2°La intercesión de Moisés. 3°Dios perdona generosamente a su Pueblo. 

1Timoteo 1,12-17: Pablo presenta un autorretrato: el, antes blasfemo y perseguidor, es ahora un agradecido de Dios que, en Cristo, fue transformado. Es una prueba viviente de lo que Dios es capaz de hacer. 

Lucas 15,1-32: Con tres parábolas el evangelio revela la absoluta misericordia de Dios. 

1.- Lo que acabamos de escuchar da para mucho; el tiempo del que disponemos no nos permite explayarnos. Veamos algo de lo que la Palabra de Dios nos quiere decir. 

Dios es Amor-misericordioso. Es capaz de perdonar la infidelidad de su Pueblo, que había caído en la idolatría. Es que el ser humano siempre está propenso a la idolatría y a la infidelidad. Dios renunció al castigo con que había amenazado a su Pueblo. ¿Por qué? Basta con leer a Oseas 11,8-9 que dice: “¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? ¿Cómo voy a entregarte, Israel? ¿Cómo voy a tratarte como a Admá o a dejarte igual que Seboím? Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: no daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor”. O también a Isaías 49,15-16 que dice:“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!  Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos, tus muros están siempre ante mí”.  De esta manera es presentado Dios en el Antiguo Testamento. En verdad, ¡qué poco y mal conocemos al Dios de la Biblia! Y si esto nos dice el Antiguo Testamento, ¿qué nos dirá el Nuevo? 

2.- Después de haber escuchado  estas tres parábolas no nos queda otra que guardar un silencio contemplativo. Porque las tres parábolas terminan mostrando la alegría de Dios. En las parábolas de la oveja y la moneda perdida se acentúa la iniciativa de Dios; Él es quien busca, Él es quien hace lo indecible para encontrar al perdido. En la tercera se resalta, por un lado, el valor de la conversión, el hijo vuelve confiado a la casa de su padre, que es el retrato de Dios. También se resalta la manera como este padre acoge a su hijo: lo abraza, lo acaricia, lo transforma y hace fiesta. Eso es lo que hace Dios con nosotros. Es tan grande, tan inmenso el amor misericordioso de Dios que llega a dar rabia. Sí. ¿Acaso no nos sentimos interpretados por el hermano mayor que se enojó por lo que hace su padre con su hermano menos? Bueno, el hermano mayor se cree bueno, y en esto somos retratados todos nosotros, que fácilmente condenamos al otro, al caído.  

3.- La Palabra de Dios nos presenta, por un lado, lo que Dios es y, por otro, lo que somos nosotros. Porque según nuestros parámetros, no somos capaces de ver en nosotros lo malo que hay, pero sí en el otro. ¿Acaso no es eso lo que se hace hoy día con los que han cometido horrendos pecados? Con nuestra mentalidad justiciera nadie se nos escapa. Es que no se conoce a Dios. Muchos aceptan a un “Dios tapa huecos”, que viene a suplir nuestras deficiencias, un Dios que no puede ser tan injusto que perdone a tanto degenerado que anda suelto por ahí, incluyendo a la Iglesia. Por eso vivimos en una sociedad inmisericorde, en la que se respira una terrible sed de venganza, de odio y de violencia. Como el hermano mayor también nosotros nos enojamos con Dios y lo tratamos de injusto. Pero ¿qué responde Dios? “Es justo que haya fiesta”. 

4.- Ahí está el testimonio de Jesús, el Rostro del Dios misericordioso.  Ahí está el testimonio de Pablo que, gracias a Jesús, experimentó la misericordia de Dios que lo transformó con su gracia. Da testimonio con su palabra y con su vida de lo que Dios es capaz de h hacer con el pecador. Cierto. Dios al perdonar transforma, repara, reconstruye.  Porque Dios es capaz de dar vida allí donde reina la muerte, dar la gracia donde reina el pecado, porque Él lo puede hacer. Y esa es nuestra fe. 

Por eso, hermanos, esta celebración debe ser la expresión de  una auténtica y alegre fe. Cada uno de nosotros puede decir resueltamente: “Yo también iré a la casa de mi padre”, para encontrarme con Él y con mis hermanos, ya que Jesús nos asegura que seremos bien recibidos y que se hará una fiesta, el banquete del Reino de Dios. Hermano Pastor Salvo Beas.