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Homilía para la Eucaristía del domingo 24 de mayo de 2020.

A todos mucha Paz y Bien. A cuidarse todos.

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

Hechos 1,1-11: Inicio del libro de los Hechos. Se fija el Plan evangelizador de los Apóstoles: parte de Jerusalén y alcanza hasta el corazón del Imperio. Así se modifican las preocupaciones nacionalistas de los discípulos. La Ascensión es el punto culminante del Misterio de Cristo.

Efesios 1,17-23: Inicio de la carta. El apóstol pide y desea para los efesios la Sabiduría ´para conocer la esperanza que tienen y el poder y grandeza manifestados en la resurrección-ascensión de Cristo, quien tiene ahora la plenitud del poder. Por eso todo está bajo sus pies, la Iglesia es su Cuerpo, Él es la Cabeza, de Él depende todo.

Mateo 28,16-20: A Jesús se le otorgó pleno poder; la ascensión es su signo. De este poder deriva la misión de los apóstoles, que tiene tres aspectos: hacer discípulos, bautizarlos y enseñarles todo lo que Jesús enseñó.

1.- La celebración de este misterio exige de nuestra parte una real comprensión de lo que significa para nosotros. No podemos comprenderlo plenamente, pero sí aproximarnos reverentemente, sabiendo que está expresado en un lenguaje humano que necesita ser aclarado. Así, por ejemplo: ascensión, subida. ¿A dónde? Al cielo.  Tiene pleno poder y así envía a los suyos. Partamos explicando el sentido de “cielo”. El hombre siempre ha ubicado a la divinidad en el cielo, en lo alto, donde habita Dios. Por eso, cielo y Dios vienen a ser sinónimos.

El hombre no puede subir al cielo, a Dios. Es Dios quien baja a donde habita el hombre, la tierra. Y baja para estar con él y para que pueda “subir”, llegar a Dios.

Jesús no sube al cielo como alguien a quien Dios premia. No. Él regresa a donde Él moraba antes de la encarnación. “La Palabra estaba junto a Dios” (Juan 1,2).

2.- La resurrección y ascensión de Cristo manifiestan el poder que tiene. Se lo dice a los suyos: “Yo he recibido todo poder”. Jesús es el enviado con poder, es, en el genuino sentido de la palabra, el Plenipotenciario del Padre. Y con este poder Jesús envía a los suyos (cfr. Juan 20,21). Por eso los primeros cristianos reconocieron a Jesús como el Señor, el que tiene plena autoridad.

Pablo nos dice que Jesús ha sido constituido por encima de todo poder, sea cual sea este poder, y es Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. De Cristo viene toda la vitalidad de la Iglesia; por eso, no puede prescindir de Cristo en ningún momento. Él es la fuente de toda energía espiritual.

3.-No podemos prescindir de Cristo, así como un cuerpo no puede prescindir de la cabeza. La iglesia, la comunidad cristiana, el creyente, no pueden prescindir de Cristo. Y a veces, aunque se diga que creemos en Jesucristo, de hecho se prescinde de Él, se vive y actúa como si Jesús ya no importara. La misma vida espiritual – religiosa prescinde de Cristo. Hemos caído en un “esnobismo espiritual”, en novedosas corrientes que, aunque buenas, no tienen en cuenta a Jesús. Todo se reduce al esfuerzo humano, en ejercicios psicológicos. ¡Cuidado! Sin Cristo no hay vida. Es decidor lo que se lee en Juan 11 dos veces: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (vv.21.32).

Para muchos cristianos Jesús es una mera teoría o un personaje del pasado. Es increíble cómo hemos racionalizado tanto la fe que el cristianismo, para muchos, ya no es vida, sino una religión inerte o una ideología. Es una de las razones por qué tantos se van en pos de sectas que les ofrecen un sucedáneo de vida. Hace falta una vida cristiana donde no esté ausente Jesús, porque si El no está “muere mi hermano”, viene el desencanto, la inercia, se adelantan las muertes, se agota la vida y la alegría. He aquí la gran verdad: sin Cristo no hay vida. Sólo quien está vitalmente unido a Cristo tiene vida. Cabría preguntarse entonces si como comunidad cristiana, como creyentes, estamos unidos a Cristo. No prescindamos de Él ya que de Él viene la vida, de Él fluye el Río de agua viva, que es el Espíritu Santo. De Cristo, Cabeza de la Iglesia, fluye la  energía de la fe.

4.- Con la Ascensión se inicia el ministerio de la Iglesia. El Señor envía a su Iglesia a tres cosas: a hacer discípulos, es decir, procurar que haya otros que también quieran seguir al Señor;  a bautizarlos, es decir, que estos seguidores nazcan del agua y del Espíritu para tener una vida en comunión con Dios Trino; enseñar lo que Él enseñó, es decir, una forma de vida nueva, de acuerdo al Reino de Dios.

“Vayan”, nos dice. No podemos quedarnos embobados mirando al cielo, no, sino ir con la fuerza del Espíritu a proclamar a Jesús.

Ser creyente, ser discípulo lleva consigo la exigencia de ser misionero, un enviado con autoridad para proclamar que en Jesús está la salvación.

Celebrar la Ascensión es celebrar su presencia nueva, la  del Espíritu, y así saber reconocerlo en los hermanos.  Esta fiesta nos empuja al compromiso, a trabajar por los demás hasta que Él vuelva y así preparar su venida gloriosa. Si no trabajamos por la implantación del Reino de Dios en este mundo no tenemos derecho a decir: VEN, SEÑOR JESÚS.

Hermano Pastor Salvo Beas.